NICODEMO ¿HOY?

¿Quién fue? “Un miembro del partido de los fariseos, llamado Nicodemo, persona relevante entre los judíos, fue una noche a ver a Jesús” (Jn 3, 1-2).

¿Y el de hoy? Ciertamente, no es fariseo ni, tampoco, persona relevante. El momento del encuentro con Jesús ha sido al amanecer.

El punto en común de los dos puede ser el descubrimiento de Jesús como Maestro, y el impulso sentido de entrar en relación con él, desde una sensación nueva.

El Nicodemo de “ayer”, ya no existe. El de “hoy”, sí. Lo notaréis pronto de quién se trata.

Aunque no lo recuerdo, mi conocimiento de Jesús ha sido, prácticamente, desde siempre. Nací en una familia cristiana, toda ella piadosa. Además, todavía niño, entré en un seminario menor de religiosos. Era, posiblemente como Nicodemo, “cumplidor de conciencia”. Él también lo sería “de corazón”. Los dos, a niveles diferentes, “fieles”. En mi caso, Dios “escribió derecho en renglones torcidos”.

Jesús, a lo largo de mi vida, nunca me ha defraudado. Yo también participaba de: “Jesús sí, Iglesia, no”. Era un ambiente generalizado. Lo mismo que: “imaginación al poder”, de mayo del 68 en París.

Fueron unos años de auténticos cambios a todos los niveles. También en la vida religiosa. Una época posconciliar del Vaticano II.

Lo mismo que la Iglesia, entonces, se planteaba la pregunta de “qué dices de ti misma”, ese mismo interrogante se formulaba en la Vida Religiosa también. No se trataba, sólo, de un nuevo planteamiento de casi todo, sino, también, de una asimilación de lo nuevo que iba surgiendo.  

Dada mi estructura sico-espiritual, el tema y vivencia de la oración era importante. Surge la época de lo “oriental”, por lo menos en lo referente a los métodos de meditación.

Comencé con la práctica Zen. Ha sido una gracia  la constancia que me ha acompañado en el recorrido de este Camino Interior. Nunca he tenido dificultades en armonizar mi fe cristiana con la mentalidad Zen. Es más, los he sentido como un verdadero enriquecimiento y fuente de inspiración.

Y aquí me vino el deseo de estar acompañado por un “maestro”. Era para mí como una garantía. Por lo que iba viendo, el espíritu Zen, en algunos aspectos, me daba la impresión de una mayor profundización y visión que el cristianismo. Sobre todo, en cuanto a lo espiritual se refería. Para todo discípulo, el poder señalar el nombre de un “maestro zen”, era un prestigio. Y si el maestro era de renombre, mejor. Lo mismo que ocurre en otros muchos campos. Los niveles de “categoría” funcionan.

El “maestro” marca su huella en el discípulo. Por cómo es, y, sobre todo, por el “eco” que se produce en el interior del iniciado. Va ganando “peso” en su corazón. “Ese es mi maestro”.

Seguía en contacto con Jesús, sus evangelios, las prácticas cristianas, sobre todo, la celebración de la Eucaristía y la Adoración del Santísimo. Ciertamente, sentía que iba ganando en conocimiento e interiorización de las mismas. Me decían, cada vez, más.

Durante unos cuatro años, he participado, con unos cuantos seglares, en los llamados “Grupos de Jesús”. Era un proceso de transparencia evangélica en la propia vida, elaborado por el sacerdote guipuzcoano José Antonio Pagola.  Esto lo señalo porque tengo la impresión que, sin darse uno cuenta, ha dejado en mí un poso, cada vez más hondo, con respecto al mismo Jesús.

La impresión sobre su talante de hombre, de creyente, de Hijo de Dios ha ido creciendo. Lo que sentía con los maestros Zen, ahora lo vivo con él. Puedo afirmar que, si alguna vez tuviese que hacer un curriculum, señalaría que mi Maestro es Jesús, el de Nazaret. “Ha ganado puntos” en mi corazón. Su madurez me parece admirable. Su “yo soy el camino, la verdad y la vida” extraordinario. Su referencia al Padre, genial e insuperable.

Tú, que lees estas pobres líneas, tienes que tener tu maestro. No me imites. Búscalo. Se te hará ver, tenlo por seguro. Si coincidimos o no, no es lo más importante. Lo grande es que LO hemos encontrado. Porque “Maestro”, hay UNO. Ni el tuyo ni el mío.

Permíteme que me una en una sola voz con el Nicodemo de entonces, que todavía sigue vivo:

“Maestro, sabemos que Dios te ha enviado para enseñarnos; nadie, en efecto, puede realizar los milagros que tú haces si Dios no está con él” (Jn 3, 2).

José Cruz Igartua


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