Sexto encuentro «Buscar en nuestro interior a Jesús como maestro» 30 de junio de 2021
INTRODUCCIÓN
Jesús estuvo físicamente entre nosotros, alrededor de unos treinta y algo años. Su “maestría” la realizó durante todo ese tiempo. Muy especialmente, es verdad, en los tres años de su llamada “vida pública”. Pero no se agotó todo durante ese tiempo de “aquí”. Jesús resucitó. Por los evangelios, sabemos que conectó con los suyos, una vez resucitado. Y siguió, con su Espíritu, completando su docencia e inspiración.
Jesús, como “maestro interior” abarca distintos momentos y niveles. En esta ocasión, vamos a interiorizar un encuentro con María Magdalena. Se nos abren las puertas para tomar parte en esas interiores, a más no poder, vivencias.
A nosotros, para empatizar con lo que allí pasó y se sintió, se nos pide un afinamiento particular. Nuestra visión y nuestra lógica quedan cortas para saborear y dejarnos empapar de esos divinos dulces.
Además, tenemos que ir acostumbrándonos a aceptar el desarrollo, en nosotros, de un proceso cada vez más interior. Porque nos acercamos, poco a poco, a acariciar lo sublime.
Ahora, al comienzo de esta sesión, vamos a tomar conciencia de una pequeña aclaración que nos puede venir bien durante todo el trayecto.
Tenemos dos posibles maneras de acercarnos a las cosas. Una, a partir de nuestras necesidades, deseos, aspiraciones, etc… Vamos a pensar que hemos decidido dar un paseo por un arbolado hermoso. Y pensamos: “voy a estar atento a todo, para ver si hay algo que me llama la atención, que me cautiva, que me “toca”. Aquí, camino buscando o esperando algo. No nos costará comprender que vamos “a la caza”. Atentos, a la expectativa. Y esta actitud previa, hace que vea las cosas, las oiga, las toque desde ese deseo. Tengo una vivencia condicionada.
O puedo ir a dar una vuelta sin más. Sin ninguna pretensión. Simplemente, caminar, pasarlo bien, cambiar de ambiente… No busco nada, ni espero nada, ni deseo nada. Simplemente, andar. Y puede, que cuando menos lo espero, hay un canto de un pájaro que me cautiva. Qué bonito. Estoy atento para ver si oigo de nuevo ese “piar” y si me produce el mismo placer. Sí, el sonido lo he oído, pero no me ha impactado como al principio. En esta segunda manera de pasear no soy yo el que busco, es la naturaleza la que me sorprende.
Hoy, en el encuentro con Jesús, veremos que, si buscamos algo, lo hacemos con cristal de color. Somos nosotros los que damos color a las cosas. Sin embargo, si no llevamos cristal alguno, los distintos colores de las cosas se nos harán presentes a los ojos. Y entonces no solamente veremos un color (el que yo quiero), sino infinidad de colores “auténticos”(los que la naturaleza me ofrece de verdad).
AMBIENTACIÓN
LECTURA DEL TEXTO DEL EVANGELIO: Jn 20,11-18 https://www.conferenciaepiscopal.es/biblia/juan/#cap20
INTERIORIZACIÓN
La experiencia de María Magdalena. Ella es el prototipo femenino de la discípula fiel. Igual que Juan, el “discípulo amado”, era el prototipo masculino del discípulo fiel.
María ha perdido a su querido y admirado Maestro. Está totalmente desolada. Cómo se podía sentir.
Su deseo: ya que no podía ver vivo a Jesús, al menos, deseaba ver, aunque sea, su cuerpo sin vida.
Al entrar al sepulcro, siente una primera luz de “lo alto”. Apenas le dice nada, ya que ella buscaba otra cosa.
La colocación de los ángeles es un punto de referencia del cuerpo de Jesús (uno estaba en la cabecera, y el otro, a los pies). También Jesús, en otras apariciones, hizo mención a su cuerpo: las señales de los clavos, la herida del costado. El “resucitado” no es otra cosa distinta que “el viviente”. Es el que vivió, pero ahora, en otro nivel. “Aquí le pusimos”. Y la distancia de los ángeles hace referencia a su estatura. Pero, en este caso, este dato no le impactó. Seguía bajo el efecto de encontrar su cuerpo, aunque, sea sin vida.
En la lógica de María, lo que funcionaba era que “ayer enterramos a Jesús aquí; y si no está es que se lo han llevado”. No ve otras posibilidades. Es que la realidad del resucitado está más allá de lo que dan de sí nuestros sentidos.
“Mujer, por qué lloras”, preguntan los ángeles. No es que los ángeles no lo sabían. Claro que sí. La pregunta es una argucia de la gracia, con la que a María se le animaba a abrir su corazón: “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Y, una vez abierta la puerta del corazón, era posible entrar más adentro. Y Magdalena entró. “Se han llevado a mi Señor”. Qué extraordinario acto de fe en Jesús: “mi Señor”. Qué admiración. Qué reconocimiento. Cuánto amor. Podemos decir que el corazón de María Magdalena, empieza a calentarse.
“Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús”. Y le llegó a Jesús el turno de las preguntas: “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?”. “Mujer” es el reconocimiento y la aceptación de la verdadera dignidad del otro sexo. Jesús no se avergüenza de tratarla así, ni se deja llevar por los condicionamientos existentes con respecto a la mujer. Podemos tener seguridad de que a la Magdalena esa expresión le podía resultar familiar y muy utilizada, sobre todo, por “mi Señor”.
Jesús insiste: “¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?”.
En la contestación de la Magdalena, encontramos algunos matices que nos indican las intenciones de las preguntas, y el efecto de las mismas en María: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré”.
“Señor”, se diría que María se equivoca. Le llama al hortelano (al que no le había reconocido todavía), igual que cuando hace referencia a Jesús: “Se han llevado a mi Señor”, decía a los ángeles. El inconsciente le ha hecho una jugada, pero, sin saberlo, le ha acercado a la “Verdad”.
“Si tú te lo has llevado”, es un reconocimiento de la autoridad del encargado del huerto. Aquel hombre le da confianza. Intuye que es cabal. Seguramente que lo sabe. María empieza a “abrirse”.
Reconoce que el hortelano puede saber lo que ella no. Por eso le suplica. No le exige, ni le acusa. Le ruega.
Podemos percibir el calor interior que se está produciendo.
“Dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré”. Está enamorada. “Le amo tanto que no importa cómo esté. Lo único que deseo es tenerle conmigo. Yo me ocuparé de él”.
“Jesús le dice: María”.
Antes, Jesús la llamó “Mujer”. Ahora, “María”. Dos palabras corrientes, pero pronunciadas por alguien a quien quieres y que te quiere, tenían que sonar de manera indecible. Y más, en aquellos momentos.
Ella, volviéndose, le dice en hebreo: Rabbuni (que quiere decir Maestro)”. Así hablan los que se quieren. Con un lenguaje “particular”. Que donde más se usa es en la intimidad, cuando están solos.
Esto es la gota que colma el vaso. Magdalena ya no dice “Señor”, sino “Maestro”.
No es que María Magdalena ha visto al Resucitado. Le ha sentido. Y ha sido tanto que, no puede sino reconocer, “esto que me ha pasado, sólo me puede ocurrir con él”.
“Le dice Jesús: suéltame, que todavía no he subido al Padre”.
María Magdalena se lo quería llevar para llenar el “hueco” que creaba, la sensación de su ausencia. Pero Jesús, también, experimentaba en él la atracción del corazón del Padre.
Desde entonces, todos sabemos que la separación de la muerte, no es tal. Porque gracias a ella, estrenaremos un “SER UNIDOS PARA SIEMPRE”.
Tan “unidos” que, desde ya, TODO será de todos: “Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”.
“Fue María y nos dejó, como quien “sabe” lo que “dice”:
He visto al Señor y me ha dicho esto y esto”. AMEN.
José Cruz Igartua
Dicho por quien también lo ha visto: “hoy esuché el primer encuentro con el Maestro Jesús. Sentí que me hablaba. Hacía tiempo que no escuchaba hablar del maestro sin una sensación de que me contaban algo que no se sentía de fondo. Muchas gracias. Seguiré escuchándolo”. (Feli)
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