XIV ENCUENTRO CON JESÚS MAESTRO INTERIOR

APRENDER A INVOCAR A DIOS COMO ABBÁ


I N T R O D U C C I Ó N

El tema de hoy, puede ser desarrollado, por lo menos, desde dos puntos de vista. Uno, como una descripción, por parte del maestro, sobre qué condiciones hay que desarrollar para poder hablar con Dios como “Padre”, Aita, Papá, Papi, Mami etc…

Y otro, cuando el maestro nos enseña orando él mismo, y aprovechando un momento de su vida. Y, en este caso, no un momento fácil.

Y sabemos que cada situación de la vida lleva consigo características propias. Y Jesús, en su enseñanza de hoy, las va a tener en cuenta y las va a aprovechar para que la lección sea completa y edificante.

Hoy, todo va a ser ejemplar. Algo digno de admirar e imitar desde el principio hasta el final.

Se trata de la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní. Descubriremos en él una serie de características de la oración de Jesús de Nazaret. Que, por otra parte, son características generales en todo Maestro Espiritual. Pero hoy, le tenemos a Él.

El que ora es el que está o es en ese momento.

“Cuando llegaron a un lugar llamado Getsemaní, dijo a sus discípulos:

  • Sentaos aquí mientras oro.

Y tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia, y les dijo:

  • Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y manteneos despiertos”.

Jesús, el orante, es auténtico. Muestra su vulnerabilidad a sus discípulos. Siempre tenemos la impresión de que el Maestro se tiene que manifestar seguro, con la cabeza alta, fuerte, y no como una caña zarandeada por el viento. Hay una frase en latín que dice: “las lágrimas no desdicen de los varones”. Y Jesús nos muestra que las crisis no ridiculizan al maestro. Ya se autocalificaba él cuando decía aquello de: “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. No se sonroja siendo verdadero. Nosotros solemos decir: “qué me importa que me llamen feo si ella me quiere”. El nos dice: “qué más me da reconocer mi debilidad y mi miedo, si, aún con eso, el Padre me considera su “hijo amado”.

Ha vencido su orgullo propio. No le importa que sus discípulos le vean “flojo”. Nuestra práctica suele ser la de escondernos para que no nos vean nuestras “vergüenzas”.

Qué diferente actitud con respecto a la de los fariseos. Ellos se ponían y rezaban en medio de la plaza, para que la gente les viesen y comentasen lo maravillosos que tenían que ser.

Jesús está mal, mal, mal. Cuando comencé con la práctica de la meditación zen, me sobrecogió la expresión de “aceptar lo inaceptable”. Jesús también nos dice, el que me siga que “tome su cruz y camine conmigo”. Y, ahora, es a Él al que le toca vivir lo que aconsejaba a otros.

Para que los discípulos maduren, es importante que lo vean y lo vivan así. Les pide: “manteneos despiertos”. Algo así como, “ahora toca esto, miradlo de frente como yo lo intento, aunque duela y cueste”. “No miréis a otra parte”.

“Orad siempre. En todo tiempo”.

Muchas veces hemos sugerido que para la práctica orante, son interesantes tener en cuenta algunas condiciones. Y hemos creído que cuando alguna de ellas no nos acompaña, es mejor no orar. O, simplemente, dejarnos llevar por lo que “nos pida el cuerpo”.

La experiencia espiritual no se produce sólo cuando nos sentimos bien, sino cuando Dios quiere. Los discípulos, después de la muerte de Jesús, estaban de miedo dentro de  una casa, con las puertas y ventanas cerradas. Con un ánimo por el suelo. Con un cacao mental impresionante. Y, en medio de eso, tienen una gran experiencia espiritual: el Espíritu les habita.

Para la oración, todo momento es útil, porque, lo veremos más tarde, lo que en ella interesa es acertar, no caer, mirar hacia….

Más que entrar en oración, hay que entrar en su proceso.

“Y adelantándose un poco, se postró en tierra, y suplicaba que, a ser posible, pasara de él aquella hora.

Y decía:

  • Abbá, Padre! Todo es posible para ti. Aparta de mí este cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”.

Como punto de arranque de este trayecto, señalaremos la gran confianza que expresa Jesús con respecto a su Padre. El término “Abbá” denota un gran cariño, una extraordinaria familiaridad. Jesús se siente íntimamente unido con Él.

Para que entendamos un poco la exquisita relación de Jesús con Dios, comentar el caso de un Hermanito de Foucauld que expresaba su deseo de que llegase la noche, porque iba a estar toda ella en oración ante la Eucaristía, con su Amigo Jesús. Estaba feliz por lo bien que lo iba a pasar. Qué grado bello de relación.

Pues ese mismo tono sentiría Jesús con respecto al Padre, y por eso, utiliza ese término tan afectuoso. Y por eso, y esto es muy importante, en una situación tan mala por la que estaba pasando Jesús, con quien más ganas tenía de estar era en relación con el Padre.

Y fue sincero en todo. Por una parte expresaba el enorme miedo que le embargaba la situación. Su deseo era verse libre de semejante trago. Pero, al mismo tiempo, hay en su interior un gran convencimiento de que lo importante no es “que se haga lo que yo quiero”. Sino que siga adelante la historia desde el deseo o perspectiva de Dios.

En esto desea, también, que los discípulos entren: tener claro para qué estamos aquí. Para qué rezamos. Para qué acudimos a Dios.

Todo esto lo tenemos que practicar siempre “para que no caigáis en tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil”.

He conocido personas, yo mismo, que, cuando estaban enfermas, no tenían ganas ni de rezar. Era tal el peso de la enfermedad que se sentían desganadas del todo. También, hace poco, leí el caso de un místico de a pie, que, estando enfermo, con mucha dificultad para respirar, con esa enorme incomodidad de ahogarse, tuvo una experiencia espiritual.

La oración es una respuesta. Cuando estamos muy mal, podemos recordar el efecto que esa actitud ha producido en mí de fortaleza, de luz, de confianza… Por eso, también en los momentos de dificultad, podemos hacer memoria de otros en los que hemos vivido la luz que nos viene de lo alto.

También la oración es una respuesta, a la seguridad que nos da la fidelidad amorosa de Dios, de manera especial, en los malos momentos de la vida. Es justo que nos acerquemos a Él.

“Pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. Seguramente, todos hemos podido experimentar esa fuerza transformadora de la oración en nosotros. Muchas veces, al salir de ella, nos hemos sentido diferentes: más hechos, enderezados, animados, fortalecidos. Todo es posible, porque estamos ante el faro que quiere captar nuestra atención y deseo. No está mal que recordemos aquellas palabras magistrales de Jesús: “el que busca, halla; al que llama, se le abre; al que pide, se le da”.

Es interesante descubrir que, en este proceso, lo importante no es pedir, llamar o buscar. Sino, desde dónde pides, desde dónde llamas o desde dónde buscas. En Jesús, está claro. “Pero, no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”. Podemos pensar qué transfondo tan extraordinario tiene que haber detrás de todo esto.

En la oración, el tiempo cuenta; pero el proceso continúa…

“Volvió por tercera vez y les dijo:

  • Ahora ya podéis dormir y descansar. Basta ya. Ha llegado la hora. Mirad, el Hijo del hombre va a ser entregado a los pecadores. Levantaos. Vámonos. Mirad, el que me va a entregar se acerca”.

No sabemos el tiempo que duró la oración de Jesús. Podemos pensar que tuvo tres momentos. Sólo señalar que el número tres tiene un matiz de lo “completo”, total, pleno. Tenemos, por ejemplo, la Trinidad en la tradición cristiana, “al tercer día resucitó”; Panikar abarca su visión de la realidad como algo “cosmo – te – andrico”, etc…

Hoy en día, hay algunos “caminantes” del espíritu que, también desarrollan al día tres momentos de oración.

Lo que queremos resaltar es el significado de “plenitud” que puede tener este número. Jesús, en este momento, desarrolla su proceso. No lo acaba, no lo termina. Simplemente, lo expresa con un “Basta ya”. Se nos acabó el tiempo.

Y vuelve a la vida. Con una actitud activa. Da la cara. La ve venir. No le coge de susto. El es un hombre, y procura que su forma humana dé de sí lo que pueda: por fuera y por dentro.

PREGUNTAS:

  1. ¿Qué me ha llamado la atención?
  2. ¿Qué luces he percibido en la práctica de Jesús?
  3. ¿En el campo meditativo, qué dudas, dificultades tengo?

José Cruz Igartua

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