CONFIAR, COMO JESÚS, EN UN DIOS DE BONDAD INSONDABLE
INTRODUCCIÓN
Cuando Jesús nos habla en parábolas, nos cuenta cuentos, nos presenta símbolos, ejemplos, etc. lo hace desde su propia experiencia personal. El, no solamente nos comunica algo, sino que también, sabe el alcance, la dimensión de lo que nos quiere decir.
A nosotros, a la hora de compartir nuestros sentimientos en estos “Encuentros con el Maestro”, os diremos que no es ahora la primera vez que entramos en contacto con estos textos. Pero sí es verdad, que el poder rumiarlos, nos posibilita la riqueza de tomar conciencia de su contenido profundo.
La profundidad desde la que habla Jesús, es completa. No en vano, él reconocía que “el Padre y yo somos uno”. De modo que no somos nosotros los que ponemos “nivel” al evangelio. Es la propia vivencia de Jesús la que lo marca.
Somos conscientes que no hemos de poner límites al alcance de nuestro buceo. Él nos invita a descubrir, hasta donde nos sea posible, la vivencia que le cautivó.
LECTURA DEL EVANGELIO: Mateo 20, 1-10
C O M E N T A R I O:
Vamos a situarnos ante el inmenso océano de la Realidad de Jesús. Cada uno de nosotros, desde nuestras luces, entramos en él, dispuestos a descubrir las vibraciones de un Corazón. Cuanto más centrados estemos, más veremos y sentiremos. No todo lo que hay en él lo veremos. Pero, podemos estar seguros que, lo que vemos, es que está.
Una primera buceada, nos permite percatarnos de la conciencia del Creador ante todo lo creado. Incluyendo, como en ese caso, la naturaleza y la humanidad. Hay una palabra que la puede resumir: RESPONSABILIDAD.
Todo cuanto existe es fruto espontáneo del AMOR. Todo surge de ahí, su raíz es la bondad de Dios. Igualmente, su orientación.
Como hemos visto, el Padre tiene una viña. Puede disponer de unos trabajadores. Tiene por delante un día entero. Y el dueño toma postura ante lo que tiene delante. Ese es siempre su primer y permanente movimiento: “Y con todo esto, qué”. El dueño echa una mano para que todo se ponga en movimiento y comience a funcionar. No nos costará reconocer que el panorama es muy amplio y denso.
Jesús, desde su experiencia, percibe a su Padre altamente interesado por la vida.
El interés del dueño no es sacar dinero con todo aquello. Sino que empiece a funcionar. Todo tiene una razón de ser. Podríamos decir que el objetivo del Creador es la creación. Por eso es lo que Es, (creador) y , para eso es, también, lo que es (creación).
La “responsabilidad” que siente, le empuja a salir. No por él ni para él. Sino para lo creado. Y lo creado es la naturaleza, y lo creado es la humanidad.
A todos pone en movimiento: ofrece trabajo, posibilidades, jornal consensuado, tiempo, etc.
Al grupo de la tarde pregunta: “Cómo estáis aquí todo el día sin trabajar”. Aquí, no vemos tanto una reprimenda de parte del dueño. Sino un deseo de conocer las circunstancias que rodean a aquellos pobres hombres. Porque en cada uno de ellos, habría ciertamente, un problema. Eso sí, él le invita a su viña. Un alivio, aun cuando sea pequeño y poca cosa, aligera el peso. No nos costará mucho intuir la realidad global del “mundillo” de aquellos hombres.
TEXTO DEL EVANGELIO: Mt 20, 11-16
Si en algo no podemos caer es en la concepción de una situación laboral sin más. No se trata de un empresario que paga a unos trabajadores.
Por los detalles, se nos dice que al final del día el corazón de un dueño enamorado de su viña, se dirige a unos trabajadores (muchos de ellos “corazones rotos”) para abonarles un poco de ilusión.
Es un momento, por parte de Dios, de un corazón a otra corazonada. Visto desde aquí, se puede comprender mejor el detalle del viñador de comenzar el pago desde los últimos. Laboralmente, no cargaron el peso de una jornada de trabajo. Pero, Jesús captó la vulnerabilidad de aquel sector, el descarte que padecía y la carga emocional negativa que estaban soportando. El amo nos muestra, en este actuar, sus preferencias.
Entre Dios y nosotros, sobre todo, desde él, la única ley que funciona, el único criterio que rige es la del corazón cuando siente lástima.
Qué experiencia la de Jesús con respecto a su Padre. Se siente altamente amado. Vive una intimidad comunitaria. Porque cuando Dios entra en alguien no entra sólo, lleva toda la creación consigo. Su presencia te hace capaz de abrirte y acoger a la multitud. Ahora podemos comprender aquella frase de Jesús: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré”.
El corazón de Dios es incondicional. Lo único por lo que se deja llevar es el amor. No se mueve por intereses, por pareceres, por gustos, por ideas ni por religiones. Lo único que le mueve es el amor.
La única justificación del proceder del amo ante los últimos fue que “le salió así”.
Como hemos visto, el gesto enfadó, sobre todo, a los del primer turno.
Los trabajadores argumentan con una razón que es patente: a más trabajo, más sueldo. A más sufrimiento, más reconocimiento.
Y el amo, manteniéndose en este nivel de “pura justicia”, argumenta, también, con razones de base: “¿No nos ajustamos por un denario?”. “Toma lo tuyo, y vete”. “No te hago ninguna injusticia”.
En todo tipo de relación entre Dios y nosotros, hemos de tener en cuenta de que se trata de “hacer juntos” un recorrido, un proceso. Un encuentro con el Padre no es un momento “cerrado”: hasta aquí, y hasta ahora. Es un paso más, “abierto” a otros posibles pasos. Nuestra relación con el creador no se cierra en cada situación. Lo mismo que en la vida, es la posibilidad de enfrentarnos a nuevos momentos, con exigencias distintas, con posibilidades, en todas ellas, de crecimiento y transformación.
Por eso, el amo aprovecha la ocasión para abrir la mente del trabajador.
Como en el caso de la parábola del “hijo pródigo”, quiere que sepa que “todo lo mío, es tuyo”. “Que, porque he sido generoso con el último, no significa que no voy a poder serlo contigo”. “Lo que le he dado al primero, es también tuyo”. “Date cuenta que sientes así porque miras mi gesto desde tu deseo. “Quiero que seas capaz de ver mi gesto desde mi deseo. Cuando sienta que tú lo necesitas, allí me tendrás, también, a tu lado”.
Nuestro pequeño “yo” busca el ser protagonista en todo. Le cuesta aceptar que hay alguien “mayor que él”. Por eso, el amo argumenta: “Quiero darle a este último igual que a ti”. Es bueno nos vayamos abriendo, en nuestra relación con Dios, a la lógica que tiene que tomar cuerpo en nuestra vida de: “conviene que Él crezca y que yo mengüe”.
Por eso insiste Él: “¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?” Por aquí iba la lógica de la oración de Jesús en el huerto: “Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú”.
“¿O vas a tener tú envidia porque soy bueno?”. El que Dios sea bueno no nos afecta mayormente. Lo que nos puede molestar, y, a veces mucho, es que es bueno también con los demás, no solamente conmigo. Que es lo que nos gustaría.
Lo que duele no es, tanto, la bondad de Dios, sino su paternidad universal: que en su corazón cabemos todos. Y que con algunos sintoniza de manera particular.
Es muy posible que nos sintamos bastante lejos de este ideal que Jesús hoy nos quiere presentar. Lo importante es saber dónde estamos. Saber hacia dónde hemos de caminar. Y sentirnos esperanzados porque tenemos un Camino de verdad en esa dirección.
José Cruz Igartua